Cuando tenía 14 años murió mi abuelo Rafael Vela. Venía a buscarnos al cole a todos los nietecillos y nos llevaba a comer a su casa con mi abuela Mode. Les gustaba tomar pan blanco y vino con gaseosa. Mi abuelo se quedaba dormido en el salón con la tele puesta y mi abuela nos alimentaba hasta reventar. Si no queríamos comer más, nos gritaba “me cago en la leche que mamó un tomate”. Tenía las manos muy ásperas porque era muy burra, olía a laca Nelly y le encantaba cantar y peinar a las señoras. Me enseñó a hacer ganchillo y el agujero en las rosquillas. Mi abuelo Rafa me enseñó a hacer arcos con palos, a coger higos ricos y a que, al final, lo que todos recuerdan cuando te vas es si has sido buena persona.
Cuando mi abuelo Rafa murió, mi abuela Mode cayó enferma de tristeza y de alzheimer. La enfermedad avanzó muy rápido, perdió el control de su cuerpo y tuvieron que ingresarla. En esa fase dejé mi piso de Lavapiés y me fui a vivir a su casa, sin ellos. Estar allí me hizo sentir muy conectada al pasado: los recuerdos se disparaban y sentía su presencia. Comencé a sentir también muy fuerte el vínculo con mi pueblo, el lugar donde se criaron y se enamoraron, y la casa que tenían allí. El pueblo se llama El Centenillo y está en Jaén. Así que fui yendo para allá, cada vez más, y comencé un proyecto fotográfico, sin saber dónde me llevaría…
Durante las visitas conocí al escritor Suso Mourelo, quien estaba viviendo allí unos meses para escribir sobre despoblación, y entablamos una amistad que tuvo como resultado que nuestras obras se cruzasen. El fruto es un proyecto híbrido de fotografía y literatura que ha durado más de 3 años: ‘Siempre van solos, los bichos’. Fui a mi pueblo pensando en mis raíces, pero el proyecto no habla de esto sino de lo que nos encontramos allí: la belleza de lo pequeño y la soledad en una tierra abandonada donde algunas personas aún resisten. Y, en esa soledad, la naturaleza y las historias son refugio. El lápiz de Suso pone voz a distintos seres como los escarabajos peloteros, el tiempo, los olivos o a un hombre solitario que sueña con una damita que quizá existió… Esto es ‘Siempre van solos, los bichos’, una co-publicación entre la Editorial Muga y ediciones Comisura.
En esta foto salgo yo de bebé en El Centenillo rodeada de mi abuela y otras señoras, que es como más me gusta estar:

Mi abuela Mode murió en agosto de 2020. Con su muerte llegó también la despedida de sus casas, aquellos espacios donde se encuentra parte de nuestra memoria. Despedí 2021 con la pérdida de su casa del Centenillo, donde probablemente ya no pueda volver. Pero abro 2022 con la publicación de este libro que es para mí un homenaje y una manera de preservar el lugar, los recuerdos y esos modos de vida que parece que se pierden.
Dice Chantal Maillard en ‘El yo tachado‘ (Sobre la imagen poética. Correspondencia, Muga, 2020) que «Con piedras se construyen los edificios, las casas en las que el cuerpo habita; con letras, con palabras, con frases se construye el texto o el discurso: las casas donde la mente habita. Esa humedad. La que, al tiempo que destruye y arruina lo construido, le devuelve a la naturaleza su imperio.» Así, en vez de mirar a la ruina o los espacios perdidos con nostalgia, podemos mirarlos celebrando que la naturaleza vuelve a recuperar lo que era suyo y que a nosotros, al fin y al cabo, siempre nos quedarán las imágenes y las palabras.‘Siempre van solos, los bichos’ ya está en imprenta y pronto lo estará en vuestras casas.
Abrimos hoy la pre-venta porque, para unos artistas diminutos como Suso y yo, y para dos editoriales independientes como editorial muga y ediciones Comisura, es de gran ayuda que las personas compréis nuestras obras mientras se están terminando de producir. Ayuda a sufragar los gastos y a sentir confianza.Ojalá, al leerlo, sintáis lo especial que son los seres que en él suceden: la rutina de Vicente, uno de los actuales habitantes, las aventuras de los bichos, las palabras del tiempo, de los olivos o de los cerrojos oxidados que el maravilloso escritor Suso Mourelo ha trazado sobre el papel.
El diseño del libro es de Carol Caicedo, otra gran compañera y pilar fundamental de Comisura que nos ha ayudado a dar forma a este tesorito de bolsillo. La edición es de Gonzalo Golpe, Leo Simoes, Ros Boisier, Suso Mourelo y mía. Dentro del libro encontraréis, también, un inserto desplegable escrito por Isabel Rueda en el que añade más datos sobre la explotación minera y el territorio del Centenillo. Desde hoy y hasta el 31 de enero, podéis adquirirlo con un descuento especial en nuestras webs.



«Siempre van solos, los bichos es un hermoso relato geológico donde los insectos hablan de igual a igual con los estratos, las leyendas, los minúsculos seres humanos y sus preocupaciones. La engañosa delicadeza de las fotografías de Laura C. Vela tiene siempre un borde áspero, como cuando se comprueba, con la punta de los dedos, si algo es real.» Andrés Barba




«Hoy, El Centenillo es un espacio repoblado, reconstruido y resignificado. La naturaleza salvaje vuelve a tomar su espacio en el interior de las ruinas de las explotaciones, cuya desaparición parece inevitable a juzgar por el abandono al que las instituciones públicas y las manos privadas someten a los restos materiales de la memoria del trabajo. Enormes grietas recorren las chimeneas de Santo Tomas, cuya esbelta silueta recorta un atardecer que ya no humea, y es fácil encontrar alguna cierva valiente que se acerca a pastar bajo las higueras, invasoras en el interior de las edificaciones de las minas. Los bichos vuelven a conquistar el espacio que les robaron y los hombres pasean sus caminos en busca de un poco de calma, entre las heridas que a la tierra le causaron otros antes que ellos.» Isabel Rueda Castaño
